sábado, 16 de enero de 2016

Hambre y sed de justicia

Publicado el Martes, 12 Enero 2016 09:00

Hace poco dialogaba con un amigo que tiene un perfil en una red social sobre doctrina social de la Iglesia. Me comentaba las reticencias que se suele encontrar a la hora de que otros perfiles a los que denomina “muy eclesiales” se hagan eco más a menudo de las propuestas que la propia Iglesia nos ofrece en su magisterio social.
Me confesaba que andaba algo apenado porque cuesta mucho, todavía demasiado, me insistía, que se hable de temas que son esenciales a nivel político y que deberían serlo también a nivel eclesial. O de que ciertas palabras de este Papa, consideradas excesivamente “políticas”, no encuentren eco en este tipo de cuentas.
Creo que este diálogo que mantuve, refleja un mal endémico de nuestra Iglesia, que no es generalizado ni generalizable, pero que no deja de ser un síntoma claro de una realidad que existe en parte del imaginario colectivo de nuestra Iglesia: si hablas de “ciertos temas” como la lucha por la justicia, las reivindicaciones de trabajadores que piden derechos, de economía, de los derechos sociales y laborales… eres temporalista.
Pienso, muchos pensamos, que como Iglesia deberíamos perder el miedo a equivocarnos y no evitar diálogos que pueden ser espinosos, pero en los que tenemos mucho que decir. Pongo dos ejemplos, por intentar ilustrar a lo que me refiero: ¿Qué pensamos como Iglesia sobre la Renta básica o sobre el TTIP (Acuerdo transatlántico para el comercio y la inversión)?. O tal vez mejor ¿qué criterios de la DSI deben iluminar estas realidades?.
Y alguien podrá decir, pero querido ¿qué tiene que ver eso con mi vida de fe? Y ese es, como decía, a mi juicio, uno de los grandes problemas que tenemos en nuestra Iglesia: pensar que hay cosas que como creyentes, “no nos tocan”. Desde que Dios se hizo hombre, nada de lo que es humano puede y debe dejar de afectarnos como creyentes. Ya saben aquello de que “nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en el corazón de la Iglesia” (GS,1). Nos ha de doler el dolor de los cristianos perseguidosen Irak o Siria, nos ha doler que no seamos capaces de proponer mejor la cultura de la vida, la civilización del amor. Nos ha de doler el dolor de las familias desahuciadas, o el de aquellas en las que ningún miembro encuentra un trabajo digno para vivir. Nos ha de doler la existencia de tanta desigualdad que es un escándalo sin precedentes, pero que además amenaza con generar violencia. Nos ha de doler...
Solo desde la elocuencia de ese dolor podremos plantearnos otra manera de pensar, de vivir, de sentir… No estaría de más que se pudieran generar espacios de diálogo y discernimiento sobre temas que nos afectan de manera decidida como sociedad y en los que, salvo honrosas excepciones, solemos aportar un ensordecedor silencio, en lugar de un poco de criterio y de argumentos, en una sociedad que es plural.
Como Iglesia hemos de intervenir cuando se aplasta la dignidad humana, se cometen injusticias, se abusa del poder o cuando las personas que hacen política dejan de hacer lo que están llamados a hacer: construir una sociedad más justa y más fraterna. El documento “Iglesia servidora de los pobres” ha dado un paso cualitativo en los pronunciamientos de nuestros obispos a este respecto: “la tarea de restablecer la justicia mediante la redistribución está especialmente indicada en momentos como los que estamos viviendo” (ISP, 22). “Es necesaria la colaboración de todos para generar empleo digno y estable, y contribuir con él al desarrollo de las personas y de la sociedad. Es una destacada forma de caridad y justicia social” (ISP, 32). Como bien nos recordaba este documento, hemos considerado la lucha por la justicia social y la vida espiritual como dos realidades no sólo diferentes, sino independientes y hasta contrarias, cuando no lo son en modo alguno. Y es que también hablamos de Dios cuando nuestro compromiso es fuente de fraternidad y denuncia la injusticia  transformando las personas y las estructuras (cf. ISP, 41). 
Además de estas palabras, hacen falta gestos concretos y palpables que avalen este convencimiento.Por eso hemos de salir, como comunidad, y arremangarnos para construir Iglesia en las periferias de nuestra sociedad, como nos pide el Papa en todo momento. Solo desde la periferia  y aferrados a Jesucristo podemos encontrar la audacia de luchar contra la injusticia y  por la dignidad de la persona, dañada por la deshumanización y el empobrecimiento que vivimos. Hemos de generar como Iglesia trabajo digno, exigir recursos para garantizar el bienestar necesario de las víctimas, hemos de crecer en austeridad, crecer en comunión con quienes luchan ya por pedir justicia, etc.. hay tanto por hacer. Nos vendría bien releer a Ellacuría y sus textos de lucha por la justicia o esínodo de los obispos de 1971 (hace ya 45 años) "La justicia en el mundo".
Acabo con esta cita de Benedicto XVI, en “Deus Caritas est, 28”, que recoge la idea que hoy quería compartir: “La Iglesia tiene el deber de ofrecer su contribución específica, para que las exigencias de la justicia sean comprensibles y políticamente realizables.(...) La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia".
Termino con la canción “No interesa” de Almudena, que acaba de sacar un disco que os recomiendo vivamente.
“No está bien, no va bien tanta riqueza, mientras haya pobres que no tengan”.

(Para ver el vídeo en youtube pinchar sobre: https://www.youtube.com/watch?v=mmoavUXkCOI)

PARA NUESTRA REFLEXIÓN:
  • ¿Qué pensamos de esta reflexión que plantea Manolo Copé?.
  • ¿De quién es la responsabilidad de poner en práctica las recomendaciones y exhortaciones del Papa: de los obispos, curas, frailes y monjas... o de todo el pueblo cristiano?.
  • ¿Qué criterios seguimos realmente a la hora de hacer caso a lo que nos indican los documentos papales?. ¿Qué criterios debiéramos adoptar?.
  • ¿Cómo ayudarnos entre nosotros mismos a vivir más coherentemente nuestra fe y compromiso social, político y eclesial?.

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