miércoles, 6 de marzo de 2013

Dignidad de la mujer, dignidad compartida

Desde hace aproximadamente un año, como equipo de Justicia y Paz, nos propusimos trabajar a fondo en un proyecto de "investigación y análisis de la realidad de las personas víctimas de trata" aquí en Canarias que un grupito específico se comprometieron a llevar adelante.
Dicho proyecto se halla ya en fase de ordenamiento, síntesis y redacción de todo lo recopilado; todavía, no obstante, quedan varias vías abiertas que acabarán por completar toda esta labor y posibilitarán una mayor profundización y acción, compromiso coherente con las personas.
Uno de los puntos esenciales dentro de este trabajo es la referencia clara e inequívoca a la Palabra de Dios que ilustra sobradamente el modo en que Dios mira a la mujer y las actitudes que de esa mirada se derivan para nosotros.
Con motivo del "Día Internacional de la mujer", 8 de marzo, adelantamos aquí una pequeña parte de ese estudio: el relacionado con la Palabra.

Desde la Palabra.

Ante la realidad de la mujer "víctima de trata", como entidad y comunidad que trabaja en la difusión de la Doctrina Social de la Iglesia y en la defensa y desarrollo de los Derechos Humanos a los que toda persona es acreedora, queremos hacer notar cómo en Jesucristo y desde Él la mujer es reconocida plenamente en su dignidad refrescando la memoria de su esencia: (Gn.1,26-28; Gn.2,21-24) parte consustancial de la humanidad, de la misma constitución que el varón y compartiendo con él la misma  misión: “kabbash”=”hacer habitable la tierra”, continuar el proceso creacional del mismo Dios.
En la sociedad hebrea, sin embargo, la mujer había sido sometida a servidumbre respecto al marido; sólo era considerada en cuanto esposa y madre, reduciéndose a mera pertenencia  en la viudedad. Jesús la rescata de esta marginación y reduccionismo devolviéndole a la primera línea de la esencia humana.
Empieza por la Anunciación (Lc.2,26-38),consagrándose en una mujer la redención del  mundo; así lo afirma rotundamente Pablo (Gal.4,4).
Realiza en ella los mismos signos de Salvación que en los varones (Mt.8,14-14;  Mac.1,29-31; Mc.5,25-34; Mt.9,18-25; Mt.15,21-28;…) además en sábado (Lc.13,10-17); incluso realiza estos signos por mediación suya (Mc.7,24-31). Hay además otros signos de Salvación que van también en la línea de la liberación integral de toda la persona, aunque no incluyan la sanación física (Mc.14,3-9; Lc.7,36-50). Destacamos de esta amplia lista de ejemplos sólo algunos textos:
Mc.5,25-34: La hemorroisa o la mujer que recupera su ser persona, su ser en sociedad.
El texto narra la  presencia de una mujer que sufre hemorroides desde hacía doce años, por ello  era excluída de la  sociedad, condenada a la  soledad, a la maldición social y religiosa. La marginaba por impura y los médicos no habían podido hacer nada por ella. En ese contexto, su ansia de sanarse, de volver a ser considerada persona, es más poderosa que todas las leyes y por ello decide tocar a Jesús; éste siente en medio de la aglomeración en la que está inmerso que ha habido alguien que le ha tocado para curarse y Él lo ha permitido y quiere saber “quién es” para dignificar a esa persona, por ello pregunta “quién le ha tocado”, obligando de esa forma a la mujer a reconocer que ha sido ella y a contar lo  que le pasaba.
No basta lo que diga Jesús, tiene que decirlo ella, tomar su palabra de mujer y persona ante los varones que están en la plaza.  Éste es el principio de la Iglesia mesiánica, donde las mujeres pueden y deben decir lo que sienten y saben, lo que sufren y esperan, en igualdad con el varón. Este texto nos habla del reconocimiento de la dignidad de las mujeres por parte de Jesús, nos indica que está en manos de las mujeres el reclamar su dignidad ante las injusticias a las que son sometidas. Jesús reconoce, en este pasaje, a las mujeres como personas de pleno derecho, en igualdad con los varones y no supeditadas a ellos ni a normas de pureza/impuerza que las marginan; pero es la mujer quien tiene que moverse, reclamarlo: es su derecho y su deber consigo misma.
Lc.13,10-17: La mujer encorvada o la mujer que se endereza y que pasa a ser una igual.
Este texto narra, por una parte, la curación de una mujer encorvada y, por otra parte, la reacción del jefe de la sinagoga. El texto comienza con la curación de una mujer que llevaba dieciocho años encorvada; esta mujer no ha sido marginada de la sociedad pues Jesús se encuentra con ella un sábado en la sinagoga. Jesús la llama y la sana imponiéndole las manos, la endereza, le vuelve persona que puede mirar y ser mirada de igual a igual; esto provoca la alabanza de la mujer.
Frente a esta primera escena, aparece una segunda que es la  reacción del jefe de la sinagoga que se queja de que esta curación haya tenido lugar en sábado, provocando la respuesta de Jesús y el apoyo de todos los presentes a Jesús.
El texto nos habla de una liberación; nos dice que la mujer es digna, que es tiempo de que se ponga derecha, que pueda mirar a los otros de igual a igual, que no es inferior a nadie porque unas leyes discriminatorias lo digan o porque una sociedad patriarcal quiera marginarla. El  texto hace un llamamiento a que las mujeres se quiten todas las cargas que vienen arrastrando desde hace siglos, ya sea por leyes, tradiciones, culpas, etc… En este proceso de “quitarse las cargas” injustamente impuestas a lo largo del tiempo, la ayuda de los hombres es primordial, pues un verdadero hombre no necesita sentirse superior humillando y/o haciendo encorvar a una mujer.
La verdadera humanidad se irá  formando cuando todos los seres nos podamos mirar a la cara de igual a igual.
Mc.7,24-31: La mujer sirofenicia o la mujer convencida de lo que es justo y lucha por ello.
Hay un encuentro entre Jesús y una mujer sirofenicia, extranjera, y se establece un diálogo entre ellos que lleva a una transformación; si Jesús, en un primer momento, ha situado su ministerio en el plano temporal, estableciendo que Israel es el  primero en su mensaje (“no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los  perritos”), la mujer, urgida por el sufrimiento de su hija, hace que se replantee esa temporalidad, ¿por qué tiene que haber un antes y un después?, ¿no es posible la simultaneidad? (“también los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños”), de esta forma, pan y migajas pueden ser comidos a la par y el mensaje de Jesús no tiene porqué limitarse en el tiempo y espacio. De esta forma la misión de Jesús se expande a partir de la inclusividad.
En este texto, la palabra, en diálogo libre y sincero ha hecho que desapareciera la frontera existente. El texto es, por tanto, una invitación al diálogo, donde las mujeres expresen, sin obstáculos, sus puntos de vista y sean escuchadas de forma atenta y sincera por su interlocutor, y si en el diálogo surge la necesidad de rectificar algo de lo que se viene haciendo, habría que hacerlo.
Mc.14,3-9: La mujer de la unción de Betania o la mujer que no puede contener dentro de sí todo lo que es.
Aquí se nos habla  de una mujer que entró en la casa de Simón el leproso, en Betania, y rompió con las normas establecidas al estallar un frasco de alabastro lleno de perfume de nardo puro y ungir con él a Jesús. No tiene miedo al “qué dirán”, hay algo dentro de ella que no puede contener y que le impulsa a hacer este gesto, sabiendo que con ello sería duramente criticada como así hicieron los discípulos. Sin embargo, Jesús no la reprendió sino que habla de “una obra buena” que ha hecho con él, se ha anticipado a embalsamar su cuerpo para la  sepultura. Y fue en ese instante, cuando las mujeres acudieron a la tumba a embalsamar el cuerpo de Jesús cuando descubrieron que había resucitado y que era el Mesías. Por eso, es esta mujer de Betania, y no el centurión romano en el Calvario, la primera persona que le reconoce como el Mesías, el Cristo, y le unge como tal. Es esta óptica desde la que debe entenderse que el pasaje acabe diciendo: “Yo os aseguro: dondequiera que se proclame la Buena Noticia, en el mundo entero, se hablará de lo que ésta ha hecho para memoria suya” (Mc.14,9).
Esta mujer de Betania se siente tan libre y liberada, tan digna y persona por lo que Jesús ha hecho con ella (aunque el motivo no lo sabemos), que es capaz de romper con todas las normas para expresar su agradecimiento. El enorme valor material de aquel frasco de perfume que ella derrama en su totalidad no es nada comparado con este otro valor que ella encuentra en Jesús.
El texto habla del poder de la mujer que ha sido liberada y dignificada como persona por Jesús y, por  ello, es capaz de romper ese frasco, los techos de cristal, las barreras que se le imponen y dejar que el perfume, lo que cada mujer lleva dentro y es, se derrame y se extienda como una fragancia en la Iglesia, en la sociedad y en el mundo.
Además de estos textos en los que la mujer es receptora y participante activa de la Salvación, hay otros no menos relevantes y destacables:
  • Jesucristo concede el mismo papel responsable en el Matrimonio, en paridad completa con el varón (Mt.19,3-9; Mc.10,1-12).
  • Reconoce en ella la misma fe, don de Dios, que pueda tener un varón y que le lleva a la Salvación (Lc.7,36-50).
  • Entre sus seguidores asiduos más comprometidos, discipulado, hay mujeres que ya han tenido con Él experiencia de encuentro y Salvación (Lc.8,1-3); esta presencia no es casual sino que es fruto de la actitud valiente de Jesús capaz de poner a la persona por encima de todas las normas y composturas sociales (Jn.4,7-30).
  • Ensalza la generosidad de las viudas (Lc.21,1-4), incluso las presenta como modelo de perseverancia y tenacidad en la oración (Lc.18,1-7). Pablo (1ª Tim.5,3-9) insta a honrarlas.

Las mujeres captan y viven en profundidad lo que es la adhesión y seguimiento de Jesucristo (Jn.19,25ss) estando con Él en los momentos más duros de su Pasión y muerte y son, incluso, las primeras en realizar el anuncio de la Resurrección (Mt.28,1-10; Jn.20,17).
Si relacionamos la experiencia de las mujeres víctimas de explotación sexual y de trata con todas estas notas que ensalzan su dignidad al nivel que le corresponde, podríamos añadir la experiencia de postración y fortísima humillación que sufre la “mujer sorprendida en adulterio”:
Jn.8,1-11: O la mujer juzgada y condenada por conveniencias del poder.
Ante la situación Jesús se muestra igualmente atento a todos, empezando por los más ruidosos, atiende sus argumentos, los escucha con inteligencia sin dejarse manipular por ellos y desde ellos mismos desbarata a aquellos varones todo su plan de segundas intenciones.
Respecto a la mujer, manifiesta igualmente esa atención y le da opción a la palabra, le pide participación… ya libre de la opresión, le acoge, le escucha y no emite respecto a ella juicio ni condena alguna; no entra en recriminaciones, se limita a liberarle de todo yugo: primero de sus opresores externos y finalmente del suyo interior. Le ofrece el camino de Salvación como lo hace también con toda la humanidad que sufre explotación y el engaño de los que manipulan y utilizan a las personas como mercancía… para luego señalarlas con el dedo tratándolas como despojos. Jesús, por el contrario, le muestra el camino para recobrar su libertad y dignidad.
Los Apóstoles contarán con las mujeres decididamente (Hch.1,14; 9,36-41; 12,12; 16,14s). Descartan completamente la guerra de sexos y rechazan el encasillamiento de las personas según sus apariencias externas o cualquier circunstancia (Gal.3,28): “Ya no hay esclavo ni libre, hombre o mujer,…”. Pablo parangona a la mujer con la Iglesia (Ef.5,22ss) y reconoce en ella la capacidad y posibilidad de profetizar (1ª Cor.11,5) ya que el Espíritu Santo no distingue entre sexos.
A modo de conclusión de esta reflexión.
La Iglesia, como comunidad coherente con el mandato de Jesús de llevar la Buena Noticia por todo el mundo (Mt.28,19-20) y desde nuestra total adhesión a Jesucristo, encarnamos todas sus actitudes para con los pobres y empobrecidos, con los oprimidos y explotados, con quienes sufren la enfermedad, la tortura, esclavitud,… cualquier tipo de violencia (también la sexual y de trata de personas), pues de igual modo que el Espíritu de Dios le envió “para anunciar a los pobres la Buena Nueva” (Lc.18,16-21) y Él lo hizo como lo hizo… también nosotros estamos llamados a lo mismo pues en Él hemos sido ungidos y enviados a la misma misión.
Estamos llamados a devolver a la mujer la dignidad, la libertad y el papel protagonista que le  corresponde; estamos convocados a elevar con ella sus justas reivindicaciones, a denunciar las estructuras y mecanismos de opresión e injusticia que sufre todavía hoy, incluso entre los  pueblos que nos llamamos cristianos; estamos invitados a trabajar sin descanso en la defensa de sus derechos como ser humano que es sin reduccionismos y con el amor con que Jesucristo les amó y les invitó a ser, entre su discipulado, en total diálogo constante –aunque ello conlleve revisar y replantearnos “temas de siempre” que no correspondan con el plan de Dios que es para todos y con el que el Espíritu Santo no distingue por razones de sexo- y dispuestos a jugarnos la vida, prestigio, honores y demás que puedan limitar nuestra libertad y la de toda mujer privada de la misma. Estamos llamados a seguir aportando al mundo caminos de Salvación propiciando el ENCUENTRO con Jesucristo; esto sólo se podrá hacer si realmente en nuestros hechos, actitudes, palabras y sentimientos hay unidad, coherencia e identificación verdadera con Jesucristo.

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